Vivir, siempre vivir...

romería


Últimamente, tengo la sensación de que todo el mundo está especialmente vitalista. Quizá sea por la primavera, por los primeros calores, por la luz o por los días más largos por lo que la gente tiene muchísimas ganas de hacer cosas. El tema de disfrutar la vida, de intentar ser felices, de VIVIR con mayúsculas está a la orden del día en los blogs que suelo leer. También en las conversaciones con amigos y compañeros: estamos menos preocupados por el futuro y más por el presente, sentimos que los meses y los años pasan y nunca volverán, y en vez de sentir amargura sentimos más y más ganas de vivir, de disfrutar, de ser felices. Incluso yo mismo siento ahora más ganas de vivir, de salir, de reir, de buenos cambios, de impregnarme de momentos. Es una sensación más de cigarra que de hormiga. Algo que pasa en nuestra generación.

Pero no tenemos la exclusiva. El pasado fin de semana fue San Isidro, patrón de los labradores. El sábado estuve en Madrid, y el domingo me fui al pueblo de mis padres (un pequeño pueblo de agricultores) ya que al caer la fiesta en domingo iban a hacer celebración. Y allí vi las ganas de vivir de la gente de otras generaciones anteriores. Mi madre y sus amigas llevaban ya tiempo pensando en hacer algo especial, y se habían estado preparando los farotes, las enaguas, los chalecos y los mantones para vestirse de serranas ese día. Habían estado componiendo poesías, preparando las ofrendas, recopilando dichos populares para la misa campesina que se iba a celebrar.

Y había que ver sus caras, sus ganas de disfrutar, su ilusión, su alegría, el brillo de sus ojos. Por unas horas, por un día olvidaron los problemas, sus cargas familiares, su salud renqueante, sus disgustos y se dedicaron a vivir, a aprovechar el día, a reír, a hacer cosas que les gustan y que llevaban tiempo esperando. Y creo que disfrutaron mucho del momento, de la romería, del sol, de la comida en el campo, de la limonada, de su tiempo, y que vivieron el día intensamente.

Y a mí me gustó verlo, me gustó estar presente (y eso que las misas no son lo mío) y ver tanta felicidad a mi alrededor. De ver tanta vida, pese a los años. Incluso mi abuela estaba allí, y lo pasó divinamente... El acontecimiento, estoy seguro, ya les dió tema de conversación a ella y sus amigas para varias reuniones.

Creo que el momento para vivir es, sencillamente, SIEMPRE.